Las Changueras

LAS CHANGUERAS

Esas mujeres que tienen por mujeres, ante las rosas las pueden comparar…

José Alfredo Jiménez

Corrido a Mazatlán

 Víctor Javier Pérez Montes

Faltaban unos 15 minutos para las 8:30 de la mañana, el ambiente era lluvioso, húmedo, la mayoría de las calles del Centro se vislumbraban con grandes charcos, los olores de drenaje viejo no se dejaba esperar, a unas cuantas cuadras, entre las calles Benito Juárez y  Luis Zúñiga, se reunían un destacamento de policías, todos ellos con sus respectivas macanas, algunos iban portando casco y escudo anti-motín, la mayoría iba con el uniforme desalineado, algunos se notaban que nunca lo habían usado, es más era obvio que nunca lo habían usado y no les quedaba; otros por el contrario lo traían decolorado por ser el uso diario.

De pronto una voz firme y ronca: ¡La orden señores, es desalojar como dé lugar a esas pinches viejas huarachudas! –Era la voz del comandante-, sea como sea, tenemos que decomisar toda la chingada mercancía, y llevarlas a los separos. La formación era irregular, todos ellos no llevaban orden, algunos iban más adelante, otros iban platicando, ninguno imaginaba la magnitud del aparente operativo en contra de estas mujeres que “robaban” camarón de las cooperativas.

Pero la verdadera razón del operativo, era que muchas de estas mujeres, se habían separado del sindicato de la cooperativa que durante años había sido regenteado por Leopoldo Echegurén, el hombre fuerte del puerto, magnate hotelero y presidente “vitalicio” de la Asociación de hoteleros de Mazatlán, cuyos nexos políticos y empresariales le obligaban tener un control férreo de los sindicatos, que por supuesto manejaba a su antojo, y que eran fuentes de ingresos extras para sus bolsillos, pero, además de las jugosas ganancias, éstos eran un pilar fuerte en abastecer de votos  “confiados y seguros” -según sus propias palabras-, para las aspiraciones del partido oficial en el Puerto.

Así mismo, como las aspiraciones a la gubernatura del estado, de su compadre, amigo y socio: Rodolfo Montaño Valdez, alias “el Fito”, que además de ser un acaudalado hombre de negocios –oriundo del Rosario, Sinaloa- era bien sabido por todos, de su relación con los narcotraficantes que operaban tanto en la Sierra sur como norte del estado, que desde Cosalá hasta Badiraguato, abastecían de la respectiva mota y goma a los gringos de los estados de California, Arizona, Texas, Nuevo México y Nevada.

Por lo que el favor y protección de los poderosos de la “polaca” eran fundamentales para continuar con el negocio “viento en popa” y la parte medular era el control de los sindicatos al más puro estilo “gansteril” y por ende, asegurar del voto de sus agremiados.

 Pero estas mujeres apodadas de manera  despectiva “las changueras” –porque sacaban el camarón para venderlo al margen de la cooperativa en “changos”.  El “chango” para aquellos que no estén enterados de estas cosas, es una bolsa hecha de red para pescar-, eran mujeres entronas, puras viejas “calzonudas”, no dejadas, y “nunca echadas pa´tras, siempre pa´delante”.

Marielena Zúñiga – alias “la Nena”-, era la líder de estas mujeres, tenía a pesar de sus propias limitaciones económicas y educativas, un don muy preciado, el don de la palabra. Era una excelente oradora, convencía con sus ademanes, argumentos, ideas y la entonación que ponía en sus discursos, talento nato, -debido a que sólo había terminado la primaria- utilizado para su noble causa.

Las características de esta mujer, eran de rescatar, 1.65 metros de altura, buena figura, esbelta, cabello largo, castaño claro, tez clara, ojos tristes, pero vivaces, una boca que daban ganas de besarla por horas, pero sobre todo, siempre tenía una cálida sonrisa y una buena palabra para todo aquel que la abordaba, definitivamente era una líder.

Las compañeras de “la Nena” afirmaban con un sentimiento de orgullo y profundo respeto:

La Nena es una vieja muy leida y  escríbida, cuando ella habla, nosotras sentimos un nudo en la garganta y muchas cosquillas en el estómago, muchas nos ponemos a llorar, otras le gritamos “¡Mucho Nena, mucho!”, porque ella verdaderamente sabe lo que sentimos, nuestras necesidades y exigencias, ella sabe lo que necesitamos, siempre lo ha mencionado y por eso estamos con ella, luchamos por nuestra libertad sindical y el pleno respeto para vender nuestro producto con quien más nos convenga. Ni más ni menos.

Pero claro, estos ideales democráticos en la clase obrera del Puerto, no serían tan fácilmente conquistados en esos momentos.

Los policías llegaban al punto acordado, eran las 8:53 de la mañana, las macanas, los escudos, algunas pistolas – más para impresionar que para disparar, porque no servían- con oxido de uso y de evidente descuido, a la distancia en formación de ataque ahí estaba al  frente “la Nena” y unas 30 “compañeras” y todas ellas con cuchillos, machetes, picahielos, las hieleras de madera y latón habían sido puestas como una especie de barricadas. El agua sobre la calle con pedazos grandes de hielo, hacían por algunos instantes, que se sintiera un clima fresco, con fuerte olor a camarón y otros mariscos.

Para mi sorpresa, el encargado de este operativo era el comandante de la Federal de Seguridad en el estado, José Ángel Peraza Moreno, cuando lo vi, dije entre mí: ¡Pinche Chale, hijo de la chingada, hasta donde llegaste cabrón! y otro agente lo acompañaba, su amigo el exboxeador callejero, Fito Osuna cuya ferocidad con la que atacaron a las changueras no tenía comparación desde los disturbios que en los carnavales de antaño se suscitaban entre los abastecedores  y los del muey, aquello no fue tan fácil para los mal llamados guardianes del orden.

Los gritos de espanto y los estridentes ruidos de los golpes a las mesas de madera, las cubetas y las tinas de latón galvanizada, los gemidos de dolor y las ráfagas de las armas de fuego eran una mezcla infernal de ruidos y caos, de pronto se nublaba el día, tanto que el viento empezaba a correr con una intensidad que aquello vaticinaba un trágico desenlace.

Los cuerpos empezaban a caer, las mujeres a pesar de los ruegos eran golpeadas en el suelo, algunos de los hijos de éstas habían llegado, y también a ellos los habían golpeado, algunos habían sido obligados a desnudarse y también estaban en el piso, todos mostraban golpes  en la cabeza y en todo el cuerpo.

A la distancia un grupo de pandilleros, de esos que les llaman Cholos, que llegaban a reforzar  a los policías, algunos de éstos venían de las colonias Montuosa, de la Juárez, la Lázaro Cárdenas o de la zona llamada la ciudad perdida, por allá en las barriadas alrededor de la cervecería del Pacifico. Todos ellos llegaban al lugar con palos enredados con alambre de púas o macanas proporcionadas, por algunos empleados del municipio.

La ferocidad y encono, con el que estos jóvenes golpeaban a las mujeres y personas que trataban de intervenir o sí de casualidad pasaban cerca del lugar era una escena de lo más aterrador. Entre gritos, llantos, algunos ruegos, en una de las esquinas, unos policías de manera impune manoseaban a una de las hijas de una changueras, los gritos de la muchacha quedaban ahogados con los gritos de los demás.

Al tiempo llegaban algunas camionetas de la policía y de Aseo y limpia por parte del ayuntamiento; los cuerpos más golpeados y que ya no podían moverse, eran subidos a esas camionetas, como si fueran reses sin vida, todos ellos inconscientes, amontonados, con profundos quejidos de dolor, cuyos lamentos eran tan débiles como las fuerzas que poseían en esos momentos para luchar por su dignidad y defensa de sus derechos como ciudadanas.

Los líderes de la manifestación, entre ellas Marielena, veían aterrorizadas como sus amigas y compañeras caían golpeadas y humilladas. Ella personalmente había sido golpeada y amordazada con cita, de igual manera, fue inmovilizada de las muñecas y tobillos. La habían subido a un auto, después de haber sido desnudada, golpeada y amenazada con su familia.

Dentro del automóvil, le taparon la cabeza con una capucha, y al mismo tiempo, los agentes de la Federal de Seguridad, iniciaban sus comentarios obscenos y lujuriosos, con respecto a su anatomía femenina. El trayecto parecía eterno, el no saber cuál era el destino, era otra preocupación extra, a las que ya había acumulado esa mañana. ¿Dónde estaba?, ¿Qué harían con ella?, ¿Cómo estaba su hija y su madre? Y ¿Qué había pasado con el resto de sus compañeras?

Finalmente el automóvil había llegado a su destino, de pronto, la puerta trasera se abría, a empujones y patadas se le obligaba a salir, entraba a un cuarto que por el olor a mugre y humedad, ella podía imaginar que estaba entrando a una celda. Pasaron quizá 10 minutos, y de pronto, se escuchó que abrieron el cerrojo de la puerta, y de manera abrupta, sintió que de un jalón le quitaron la capucha; para su sorpresa, estaban frente a ella dos hombres –los dos hombres de la Agencia de Seguridad federal-, uno de ellos con cara de indiferencia hacia la angustia que Marielena manifestaba por su situación; mientras que el otro, mostraba un odio encarnizado, que manifestaba con una mirada de total intimidación.

Con un tono de voz, que denotaba urgencia por terminar con el asunto lo más rápido posible, uno de los agentes le proponía de manera tajante a Marielena lo siguiente: ¡Mira! ¡Pinche Nena! Hay de dos sopas cabrona, o te largas mucho a la chingada para Tijuana, y en estos momentos te echamos al camión, y ¡A tu hija y a tu pinche madre no les pasa nada! Y te comprometes a no andar haciendo más pinches pedos por allá; o te echamos el guante y al bote te refundimos, pero no aquí, te mandamos a las Islas Marías, pero antes te metemos una madriza y además nos cogemos a tu hija y a tu pinche madre, ¡tú nos dices!

Aquella mujer no tenía muchas opciones, prefería estar libre, aun cuando tendría que hacerse desaparecer de su propia ciudad. La reflexión fue breve, sin mucho que pensarla, salió de su boca la respuesta: ¡Tijuana! ¡Me voy a Tijuana!

En ese momento, la levantaron y la llevaron a una especie de patio, le pidieron que se quitara la ropa y de la forma más humillante se desnudó con lágrimas y llanto contenido, en una esquina trataba de cubrirse la parte púbica y sus pechos. De pronto, un chorro de agua la golpeaba en su espalda, un pedazo pequeño de jabón  le acercaban de manera burlona, de manera rápida se tallaba su cuerpo con lo que podía del mismo.

Otra vez, de manera sorpresiva, el chorro de agua le golpeaba su espalda y glúteos de una manera tan violenta, que le quedaban manchas de color rojo, por donde el chorro de agua hacía el contacto con su piel. De pronto, alguien le tiró un trapo viejo, para que se secara, a la vez, le pusieron un cartón con algo de ropa de mujer. Como pudo, encontró algo de ropa interior, un viejo vestido color azul cielo; en otra caja, había muchos pares de zapatos, pero sólo pudo encontrar unos de color negro,  los únicos  que eran de su talla.

Ya vestida, de inmediato la metieron nuevamente al automóvil, con los ojos vendados. El automóvil inició su marcha, al parecer unas cuantas cuadras, y al estar con los ojos cerrados, uno de los agentes le puso en su mano un boleto de autobús, y le dio las siguientes instrucciones: ¡Ora si!, pinche vieja, te quitas el trapo de los ojos y derechito al camión que te va a llevar a Tijuana, ¡onde no llegues cabrona! Vamos hacer que llores sangre, hija de tu puta madre. Ya sabemos dónde vives y no te va a gustar lo que le va a pasar a la puta de tu madre, y yo mismo me cojo a la putita de tu hija.

Aquellas palabras cayeron como balde de agua helada en la mente de Marielena, sólo pudo caminar como muerta en vida, sin esperanzas. Lo único que recordaba, en el recuento de los años, era que había entregado el boleto en la ventanilla de la central camionera, y cuando había reaccionado, en donde estaba o lo que estaba haciendo, las luces de la ciudad quedaban atrás, y el negro del asfalto llenaba la imagen de aquella orfandad que empezaría a mediana edad, en un lugar muy lejano del territorio, como si de un solo plumazo, todo lo escrito y vivido en el puerto quedaba en el olvido y de manera impune.

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